Cuento Navidad

Para invitaros a estimular vuestra  inventiva os dejo este cuento.


Cuento de Navidad para Ingenieros de la 42.
Llegadas estas fechas donde nos invade el bullicio y el consumismo por todos lados, siempre me gustaba dar paseos por lugares poco transitados, al atardecer, entregándome al recuerdo de Navidades de tiempos pasados, mientras caminaba sin fijarme demasiado en los lugares por los que iba pasando.
En el último paseo que di, me fui alejando paulatinamente de las luces navideñas y dirigiéndome sin un rumbo fijo hacia calles más despejadas y menos iluminadas. Pude contemplar un atardecer con nubes rojizas espectaculares, casi de color sangre, que dio paso con rapidez a una gran oscuridad con cielo casi negro y nubarrones grises plomizos.
Sumido en mis pensamientos, no sabía bien donde estaba en aquel momento. No había transeúntes y no reconocía las calles que estaba recorriendo en aquellos momentos. Había estado rememorado mis tiempos de estudiante universitario.
Me encontraba en una gran explanada que pese a la oscuridad me parecía vagamente conocida y donde había unas ruinas antiguas. El paisaje me resultaba atemporal. Comencé a distinguir unos edificios que se asemejaban a las facultades de ciencias que recordaba, aun cuando hacía mucho tiempo que las había visto por última vez.
Crucé una ancha calle, que tenía vías de tranvía y de repente me fijé en una colina en cuya cima, entre niebla, había un negro edificio rectilíneo que me era muy familiar. Hacia él encaminé mis pasos, subí una empinada cuesta y de repente lo vi todo con claridad.
La Escuela de Telecomunicación que tanto tiempo hacía que no visitaba se presentó ante mí radiante y luminosa. Muchos estudiantes se agolpaban en su entrada y me dirigí hacia un grupo. Uno de los muchachos me preguntó por un problema de electromagnetismo y con la mayor tranquilidad le dije que usase una trasformada para resolverlo. Entré en una clase con el grupo y con gran asombro vi a D. Fabián, pintando un puente de resistencias en la pizarra, tan serio y lejano como siempre. No salía de mi asombro y empecé a reconocer caras de los que estaban sentados en las mesas. De repente vinieron a mi mente sus nombres y una extraña sensación me invadió.
No sabía que había pasado pero estaba en una clase de Electrometría. Mi compañero de mesa me llamó por mi nombre y me dijo que como no estaba tomando apuntes. Vi a un querido amigo tal como le recordaba y le dije que había olvidado mi cartera e inmediatamente me dio papel y lápiz. Empecé a tomar apuntes y D. Fabián muy serio, se dirigió a mí, con una pregunta que no supe responder, con gran vergüenza por mi parte, mientras él me miraba con cara enigmática. Todo lentamente comenzó a hacerse confuso y neblinoso y la clase fue desapareciendo de mi vista, con todos mis compañeros.
Repentinamente era noche cerrada y un guarda que no conocía me decía que hacía allí. Le pedí excusas y le dije que donde estaba. Me contestó que en la Escuela de Telecomunicación, en un local de la asociación de alumnos, donde hacía años que no se daba ya clase y que no entendía como había podido entrar allí pues todas las puertas estaban cerradas con llave.
Le rogué que me condujese a la salida y mientras íbamos por los pasillos y llegábamos al espacioso hall, me pareció cruzarme con D. Rogelio y D. Narciso que iban hablando animadamente.
El vigilante me abrió la puerta y me preguntó donde tenía el coche. Le dije que había ido andando, lo cual le causó gran extrañeza. Descendí por la calle, y me di cuenta de la existencia de nuevos edificios de arquitectura similar, en las proximidades y vi de nuevo la explanada ya sin ruinas y con un polideportivo. Las vías de tranvía habían desaparecido y me quedé un tanto confuso. Había una parada de autobuses pero ninguno pasaba. Acerté a ver un taxi que me paró.
El conductor me dijo que tenía suerte pues en Nochebuena había poco servicio y menos a las horas que eran y en el lugar donde me encontraba. Él iba hacia su casa, pero había pensado que no me podía dejar allí abandonado. Le pedí que me llevase a mi domicilio. Poco a poco las calles se fueron poblando de luces y motivos navideños. Y me encontré en mi portal. Le di una generosa propina y subí a mi casa. Estaban ya muy preocupados y quedaron tranquilos. Les dije que me había perdido.
Reflexionando después sobre lo sucedido, la única explicación que encontré es que las teorías de Einstein eran ciertas y que aquella Nochebuena había traspasado la barrera del tiempo por algún capricho relativista.
Curiosamente ahora recuerdo perfectamente a mis antiguos compañeros y sus nombres. Con los ellos me reuniré en el mes de junio, lo que me causa gran alegría.
MRA. Nochebuena 2018.